Inocencia


Serena, infantil, de mirada sincera. A veces siento su presencia, dentro. Escucho su risa como un eco y vuelve a esconderse, jugando. Veo a la pequeña niña que llevo en mi interior. Ojos verdes, cabello rubio y largo hasta la cintura, vestido color lavanda. Saltando de un lado a otro sin descanso.
A veces hace alarde de su presencia, dejándome en evidencia. Pero ella es así, impredecible.
Salgo fuera. Miro el cielo, nublado por la fina lluvia. Y doy un paseo para reflexionar.
Camino en silencio por la calle tranquila. Observo a las personas a mi alrededor y sólo consigo ver caras serias que captan la vida en blanco y negro. Buenas personas, me digo a mí misma. Buenas, pero grises.
Me siento tan diferente...
Ellos lo entienden todo de otro modo...
Para mí, cada nuevo día es un juego. Para ellos, los días tan sólo son el conjunto de 24 horas. Y yo pongo tanto entusiasmo en cada minuto...

Soy diferente, lo sé. Siempre lo supe.
De las pocas personas que conservan la inocencia hasta el final. De esos que maduran pronto, pero siguen siendo niños en lo más profundo de su corazón. ¿Rebeldía? Puede... O quizá sea miedo. Miedo de perder la curiosidad, de olvidar lo que es la felicidad. Miedo de acabar siendo una de esas almas marchitas, que vagan por la calle, con la mirada perdida. Los que miran pero no ven, los que oyen sin escuchar.

Observo a las personas a mi alrededor y mi alma grita en silencio. La niña de ojos verdes llora desconsolada, por los corazones vacíos que vagan en las aceras.
Ya no hay nada que hacer por ellos.

Entre la multitud gris, logro vislumbrar un destello colorido. Un pequeño niño me observa a lo lejos. Le sonrío. Me sonríe. Todavía hay esperanza, pienso.

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